Ya estamos en otoño,
tenía ganas de que viniera y eso que este verano no ha sido
demasiado caluroso pero esta es mi estación favorita, no hace
excesivo calor ni tampoco frío, los días se van acortando y las
tardes están estupendas para pasear y por las noches... ¡qué bien
se duerme!.
He estado buscando cuentos
o leyendas, la verdad no he encontrado mucho pero hay uno escrito por
Graciela Repún, argentina, que me ha gustado y creo que es ideal
para dar la bienvenida al otoño y sus colores, vamos a compartirlo.
Leyenda
del otoño y el loro
En
la Isla Grande de Tierra de Fuego, vivió antes de su extinción, un
pueblo indígena americano llamado los sélknam
(más conocidos como ona).
Hubo
un tiempo en el que las hojas de los árboles siempre eran verdes, y
en ese tiempo vivió Kamshout, un muchacho alegre perteneciente a
esta tribu, al que le gustaba hablar sin parar. No importaba que no
hubiera mucho que decir en un momento determinado; él siempre
encontraba las palabras necesarias para hacerse oír.
A
veces tanta cháchara resultaba una molestia, y por ello a nadie pasó
desapercibida su ausencia cuando Kamshout tuvo que marcharse para
cumplir sus ritos de iniciación. En la tribu al fin había momentos
en los que se podía disfrutar del silencio.
El
muchacho tardó mucho tiempo en regresar, tanto que el resto de la
tribu comenzó a creer que había fallecido.
Sin
embargo un día regreso, tan parlanchín como siempre, hablando y
hablando sin parar sobre su aventura. Repetía una y otra vez que
había estado en un fantástico país allá por el Norte en el que
los árboles cambiaban de color. Sus hojas se volvían amarillas y
caían hasta que parecían estar completamente muertos, pero después
llegaba un tiempo al que llamaban primavera en el que las hojas
volvían a renacer en los árboles y todo se teñía de verde de
nuevo.
Hablaba
de aquellos maravillosos matices y colores; de hojas secándose en el
suelo tiñendo el paisaje de ocre; de árboles que volvían a
vestirse de luz y verdor después de haber perdido todas sus hojas…
Nadie le creyó. Nadie conocía aquellas extrañas palabras que
Kamshout repetía sin parar: otoño… primavera… Todo debía ser
una mentira del imaginativo muchacho; las hojas de los árboles eran
eternas.
Toda
la tribu se rió de él y esto lo puso muy furioso. Se puso rojo de
la rabia y no paró de repetir su historia una y otra vez hasta que
las palabras se le apelotonaban en los labios.
Cansado
de las burlas de sus vecinos, el muchacho, furioso, decidió volver a
marcharse.
Al
cabo de un tiempo Kamshout regresó a su tribu; pero lo hizo de una
forma totalmente sorprendente: el muchacho era ahora un gran pájaro
de plumas verdes y rojas. El pájaro emitía un ruido cansino con el
que parecía reírse de todos. Debido a este sonido todos comenzaron
a llamarlo Kerrhprrh.
El
pajarraco se fue posando en todas las ramas de los árboles verdes y
las fue tiñendo una a una de un color rojizo. Las hojas en
ellas comenzaron a adquirir una tonalidad dorada tal y como el
muchacho había descrito y poco a poco comenzaron a caerse y a vestir
el suelo.
Todos
en la tribu estaban aterrados, lamentando la muerte de todos sus
benditos árboles, y Kerrhprrh se reía ahora de ellos, como ellos lo
habían hecho de Kamshout antes.
En
primavera la tribu contempló maravillada cómo todos los árboles
volvían a brotar y a vestir sus ramas de hojas verdes y frescas, tal
como el muchacho había dicho en su día.
Desde
ese entonces, se reúnen unos pájaros de vivos colores en las ramas
de los bosques: son los loros, que se ríen constantemente de los
humanos con sus picos curvos para recordar a su antepasado Kamshout,
al que nadie tomaba en serio.
Una historia bonita, pero esas fotos de hojas, son preciosas. Besos.
ResponderEliminarmagelaaa
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