miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una leyenda de otoño





 
Ya estamos en otoño, tenía ganas de que viniera y eso que este verano no ha sido demasiado caluroso pero esta es mi estación favorita, no hace excesivo calor ni tampoco frío, los días se van acortando y las tardes están estupendas para pasear y por las noches... ¡qué bien se duerme!.
He estado buscando cuentos o leyendas, la verdad no he encontrado mucho pero hay uno escrito por Graciela Repún, argentina, que me ha gustado y creo que es ideal para dar la bienvenida al otoño y sus colores, vamos a compartirlo.




 



Leyenda del otoño y el loro


En la Isla Grande de Tierra de Fuego, vivió antes de su extinción, un pueblo indígena americano llamado los sélknam (más conocidos como ona).
Hubo un tiempo en el que las hojas de los árboles siempre eran verdes, y en ese tiempo vivió Kamshout, un muchacho alegre perteneciente a esta tribu, al que le gustaba hablar sin parar. No importaba que no hubiera mucho que decir en un momento determinado; él siempre encontraba las palabras necesarias para hacerse oír.
A veces tanta cháchara resultaba una molestia, y por ello a nadie pasó desapercibida su ausencia cuando Kamshout tuvo que marcharse para cumplir sus ritos de iniciación. En la tribu al fin había momentos en los que se podía disfrutar del silencio.
El muchacho tardó mucho tiempo en regresar, tanto que el resto de la tribu comenzó a creer que había fallecido.

  


Sin embargo un día regreso, tan parlanchín como siempre, hablando y hablando sin parar sobre su aventura. Repetía una y otra vez que había estado en un fantástico país allá por el Norte en el que los árboles cambiaban de color. Sus hojas se volvían amarillas y caían hasta que parecían estar completamente muertos, pero después llegaba un tiempo al que llamaban primavera en el que las hojas volvían a renacer en los árboles y todo se teñía de verde de nuevo.
Hablaba de aquellos maravillosos matices y colores; de hojas secándose en el suelo tiñendo el paisaje de ocre; de árboles que volvían a vestirse de luz y verdor después de haber perdido todas sus hojas… Nadie le creyó. Nadie conocía aquellas extrañas palabras que Kamshout repetía sin parar: otoño… primavera… Todo debía ser una mentira del imaginativo muchacho; las hojas de los árboles eran eternas.
Toda la tribu se rió de él y esto lo puso muy furioso. Se puso rojo de la rabia y no paró de repetir su historia una y otra vez hasta que las palabras se le apelotonaban en los labios.
Cansado de las burlas de sus vecinos, el muchacho, furioso, decidió volver a marcharse.

 
 




Al cabo de un tiempo Kamshout regresó a su tribu; pero lo hizo de una forma totalmente sorprendente: el muchacho era ahora un gran pájaro de plumas verdes y rojas. El pájaro emitía un ruido cansino con el que parecía reírse de todos. Debido a este sonido todos comenzaron a llamarlo Kerrhprrh.
El pajarraco se fue posando en todas las ramas de los árboles verdes y las fue tiñendo una  a una de un color rojizo. Las hojas en ellas comenzaron a adquirir una tonalidad dorada tal y como el muchacho había descrito y poco a poco comenzaron a caerse y a vestir el suelo.
Todos en la tribu estaban aterrados, lamentando la muerte de todos sus benditos árboles, y Kerrhprrh se reía ahora de ellos, como ellos lo habían hecho de Kamshout antes.
En primavera la tribu contempló maravillada cómo todos los árboles volvían a brotar y a vestir sus ramas de hojas verdes y frescas, tal como el muchacho había dicho en su día.
Desde ese entonces, se reúnen unos pájaros de vivos colores en las ramas de los bosques: son los loros, que se ríen constantemente de los humanos con sus picos curvos para recordar a su antepasado Kamshout, al que nadie tomaba en serio.








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